viernes, 21 de marzo de 2014

Redondo

Durante la última entrega de los premios Óscar y mientras veía emocionado ganar a Alfonso Cuarón y a Emmanuel “El Chivo Lubezki”  recordé una anécdota que de alguna manera es la sombra de lo ocurrido en el Dolby Teather.  En 2007 se lanzó en DVD la película Redondo (Raúl Busteros, 1986). Cuando la vi en su estreno me encantó, y  no quise perderme tal acontecimiento.  Filme independiente de una irreverencia deliciosa, recibió 5 nominaciones  a los  Premios Ariel y  fue galardonada con el Ariel de Plata a la mejor Ópera Prima en 1987. Memorable la escena de la charla de María Magdalena (Diana Bracho) con Jesucristo, quien desde la cruz, le solicita una caricia erótica a cambio de decirle una máxima.

En el evento, después de los agradecimientos y las presentaciones de rigor, Busteros empezó a despotricar contra Alfonso Cuarón, Guillermo Del Toro y Alejandro González Iñarritú.  Decía que mientras él había decidido quedarse a trabajar en México, aquellos habían optado por hacer su obra en el extranjero, que su cine no era mexicano, etc. Yo esperaba el discurso de un artista satisfecho de su obra, que hablara de la importancia de su filme,  de la censura que lo tuvo alejado de la exhibición comercial y de los alcances que tendría el lanzamiento del DVD, etc. En vez de eso encontré a un hombre resentido, dolido con el éxito ajeno. Abandoné el lugar.

Cuarón, Iñárritu y Del Toro, se fueron de México. A Estados Unidos (aparte de por una mera cuestión geográfica), para aprovechar su talento. Porque allá el talento si vende. No hay burócratas resentidos ni colegas envidiosos que no soportan el éxito ajeno. Porque independientemente de su origen, el talento no tiene nacionalidad. En México, el talento se acomoda y se estanca  (y la mayoría de las veces se pierde) en, y por el oficialismo.