martes, 25 de junio de 2013

¿Dios?


Crecí en el seno de una familia católica, apostólica, romana y guadalupana. Hasta los 15 años asistí religiosamente a misa todos los domingos. Como muchos chavos de mi generación, y como buen “ceceachero”, me declaré ateo después de leer a Marx, Engels, Lenin, Bakunin. Mi postura  se reafirmó cuando comencé a leer filosofía.  Años más tarde, decepcionado, rompí totalmente con la religión al enterarme que el sacerdote que profesó la misa de mi primera comunión se casó y tuvo un hijo. Durante mucho tiempo cuestioné como, durante siglos, la iglesia ha utilizado el arte, de suyo emotivo, inspirador y sublime, para promover la religión. ¿Acaso el arrobo que provocan las imágenes es más producto de la percepción del arte que de la fe?

Sin embargo, creyente de la existencia de una energía suprema que escapa a nuestro entendimiento, con los años entendí que la iglesia como institución, poco tiene que ver con la religión y con Dios. Mi reconciliación con esa fuerza superior llego de la mano del agnosticismo.
A partir de lo anterior me volví admirador de Jesucristo. Lo despoje  de su  halo divino y comencé a verlo  como un personaje histórico extraordinario, un hombre adelantado a su tiempo, un revolucionario. He leído la Biblia, más como un gran tratado de humanismo  que desde el enfoque religioso. Intento, a partir de allí, ser fiel seguidor de sus postulados. Asimismo, me volví amante de la arquitectura religiosa, y coleccionista de crucifijos e imágenes de Jesucristo, más por el lado artístico que religioso.

A pesar de todo, y fiel creyente de que la voluntad del hombre todo lo puede, me he mantenido lejos de la fe y de la iglesia. Creo firmemente que lo que hace el hombre fundamentado en la fe, en realidad lo hace por su fuerza de voluntad. Es tanto y tan profundo lo que el hombre ignora de sí mismo, que necesita la fuerza de la fe para hacer lo que sin ella, ni siquiera intentaría.
Como muchas personas he tenido experiencias que me han llevado a cuestionar mi postura. Pero mi mente, excesivamente racional, siempre encuentra una explicación lógica que me mantiene firme en mis creencias.
Una de ellas tuvo lugar hace algunos años. Estaba recostado en la sala viendo la televisión. Cuando sentí que me quedaría dormido, di media vuelta y quede de cara a la pared. Entre sueños sentí como se hundían los cojines  a mi lado, como si alguien se recostara junto a mí. Una ola de emoción indescriptible, seguida de una increíble sensación de paz interior se apoderaron de mi. Al abrir los ojos, lo primero que vi fue la silueta de Jesucristo, recortada en el respaldo del sofá, iluminada por la luz de la televisión. La explicación que me dio mi mente racional fue que había sido un sueño.

Viví otra experiencia, la más poderosa, el día de ayer. A principios de mayo abrí un pequeño restaurante en una plaza comercial. En los primeros días llegaron unos clientes. Una señora acompañada de dos señores y una jovencita. Les dije que estábamos inaugurando y les di un obsequio. Me felicitaron y desearon suerte. La señora me pregunto que si era católico. Le dije que por educación familiar, pero que por postura personal era agnóstico. A su pregunta de qué significaba eso le respondí que los agnósticos no negamos la existencia de Dios, que creemos que está más allá de nuestro entendimiento. Soy de esos, dijo. Me explicó que la razón de su pregunta era que su hermano le trajo agua bendita del río Jordán  y que le gustaría obsequiarme una poca. Le contesté que por supuesto que la aceptaba y le agradecí el gesto. Días después me llevo una pequeña botella. La guarde y  no pensé hacer nada con ella hasta hace unos días que me visito mi primo Jorge. Si quieres la echamos, dijo. Nos entretuvimos hablando de otras cosas y el asunto quedo olvidado hasta ayer que estuvieron  Lola y Fernanda conmigo. Había sido un mal día y Lola comento que su hermana solía regar agua afuera del local donde vendía ropa para que entraran los clientes
En un arranque (mecánico, carente de fe) tome la botella y puse un poco de agua en mi mano. Salí del local para frotar mis manos y sacudirlas con la idea de salpicar el piso. No sentí que mis manos se humedecieran y entre por más agua. Esta vez puse una cantidad mayor. Regresé a la entrada del local. Otra vez no sentí que se humedecieran mis manos. Entré con la idea de comentarle a Lola que me daba la impresión de que el agua se absorbía. A la mitad del camino sentí como, desde mis manos, se elevó una sensación de intensa emoción que me recorrió los brazos y el pecho. Estalló en mi rostro y me puse a llorar como un niño.

Esta vez mi mente racional no ha encontrado explicación alguna. Sigo en shock. No sé. Quizás es hora de revisar mi sistema de creencias. Quizás es tiempo de dar paso a la fe…

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