
Era casi media noche, pero decidió visitar a Chucho, su cantinero de confianza y se dirigió al Salón Palacio, uno de los templos de los periodistas, del que era cliente asiduo.
De lejos observó que, como todas las noches, estaba en la entrada la esposa del director de un popular pasquín de la época esperando para llevarlo a casa. Ya dentro y mientras se dirigía a la barra reconoció a varios colegas de El Nacional y El Día, diarios de la época. Saludo a Venancio, el licenciado "Chanclotas" y observó que, en una de las mesas del fondo se encontraba Kaamik Zamora (en algún tiempo su rival de amores), un arrogante periodista cuyo físico no le permitía negar su origen yucateco, del cual siempre sintió un gran orgullo que yo envidiaba. Se saludaron fríamente con una leve inclinación de cabeza. Ya instalado en la barra, exclamo a manera de saludo:
- ¿Qué hay cabrón? -

- Ando sediento y hambriento. Dame una cerveza por favor -
Mientras Chucho destapaba la Montejo, le preguntó si tenía algo de botana.
- Ya cerró la cocina, pero deja ver si te consigo algo -
Era un hombrón de 1.80, con el aire tosco del hombre de campo. Sentía por él cierta admiración por la paciencia que mostraba con los borrachos (incluido él), que solían mentarle la madre sólo porque sí, cómo un efecto secundario del alcohol. Chucho, impasible, solo los miraba mientras limpiaba la barra o secaba y acomodaba los vasos. En los años que lo trató, nunca le vio perder la compostura.

- ¡Gracias Chucho! ¡Te luciste! ¿Qué es? - pregunto por impulso.
- Lengua de res - respondió Chucho indiferente.
A su memoria vinieron todas las veces que se quedó sin comer en casa cada que su madre cocinaba mollejas, hígado, tripas, riñones y... lengua. Tragó saliva y pensó en su hambre. Pensó también, mientras se llevaba el primer trozo de lengua a la boca, que la generosidad de Chucho no merecía un desaire. Saboreó el bocado. Se sorprendió. ¡Estaba riquísima! Devoró hasta el último trozo.
No ha vuelto a comerla...
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