Desde
niña no tuvo problema para expresar sus emociones, molestias y desacuerdos. No
se callaba las cosas ni siquiera con sus padres, quienes no se quejaban pues la
habían educado así. Su abuela, mujer de afanes controladores y censores, y en
muchos sentidos enemiga de la libertad, no la aceptaba del todo. Por lo mismo
no ocultaba su preferencia por su prima, al fin más dócil. Y ya fuera a través
de sus perros, sus padres, su vestimenta, sus gustos, o en gestos que pudieran
parecer insignificantes como dar las gracias ante un gesto, no ocultaba su
preferencia por Majorie. Su papá observaba y toleraba (al fin familia) dichas
actitudes. Sabía lo que la rebeldía de los espíritus libres (él mismo era uno)
provocaba en las mentes estrechas. Lo que no sabía era que Fabiola también era
consciente de dicho trato desigual.
Aparentemente
no le importaba, aunque un día no se quedó callada. Fue su propia madre quien
se lo contó, no sin un dejo de admiración por la niña. Resulta que un día ambas
niñas (Fabiola tendría 6 o 7 años y Majorie 3 o 4), estaban de visita en casa
de su abuela, quien se disponía servirles el desayuno.
-
Ven mi amor, ya está servido el desayuno mi cielo - dijo la abuela dirigiéndose
a Majorie.
- Ya está el desayuno - dijo
secamente a Fabiola.
Siguió insistiendo en un tono y
otro para dirigirse a ellas. De pronto sintió la mirada inquisidora y retadora
de Fabiola ("me recordó a la tuya" le confesaría su madre después) y,
dado que no era tonta (aunque se victimizara diciendo que era una ignorante),
cayó en cuenta y rectificó:
-
Vengan mis amores, ya está servido el desayuno -
Fabiola la miró fijamente a los
ojos y le dijo:
- Así está mejor -
A partir de ésta lección, su
madre tuvo la oportunidad de corregir su actitud en el futuro para con Fabiola.
No lo hizo...
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