viernes, 26 de mayo de 2017

La abuela

Desde niña no tuvo problema para expresar sus emociones, molestias y desacuerdos. No se callaba las cosas ni siquiera con sus padres, quienes no se quejaban pues la habían educado así. Su abuela, mujer de afanes controladores y censores, y en muchos sentidos enemiga de la libertad, no la aceptaba del todo. Por lo mismo no ocultaba su preferencia por su prima, al fin más dócil. Y ya fuera a través de sus perros, sus padres, su vestimenta, sus gustos, o en gestos que pudieran parecer insignificantes como dar las gracias ante un gesto, no ocultaba su preferencia por Majorie. Su papá observaba y toleraba (al fin familia) dichas actitudes. Sabía lo que la rebeldía de los espíritus libres (él mismo era uno) provocaba en las mentes estrechas. Lo que no sabía era que Fabiola también era consciente de dicho trato desigual.
Aparentemente no le importaba, aunque un día no se quedó callada. Fue su propia madre quien se lo contó, no sin un dejo de admiración por la niña. Resulta que un día ambas niñas (Fabiola tendría 6 o 7 años y Majorie 3 o 4), estaban de visita en casa de su abuela, quien se disponía servirles el desayuno.
- Ven mi amor, ya está servido el desayuno mi cielo - dijo la abuela dirigiéndose a Majorie.
- Ya está el desayuno - dijo secamente a Fabiola.
Siguió insistiendo en un tono y otro para dirigirse a ellas. De pronto sintió la mirada inquisidora y retadora de Fabiola ("me recordó a la tuya" le confesaría su madre después) y, dado que no era tonta (aunque se victimizara diciendo que era una ignorante), cayó en cuenta y rectificó:
- Vengan mis amores, ya está servido el desayuno -
Fabiola la miró fijamente a los ojos y le dijo:
- Así está mejor -
A partir de ésta lección, su madre tuvo la oportunidad de corregir su actitud en el futuro para con Fabiola.
No lo hizo...

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