domingo, 5 de febrero de 2017

"El Compa"

Odiaba su nombre, así que cuando le preguntaban cómo se llamaba, lo recitaba completo, como en la escuela: Avelino González Antonio. Todos pensábamos que se llamaba Antonio. Toño, le
decíamos.
De origen oaxaqueño, su papá tenía peseros en una ruta por el rumbo de San Ángel. Eventualmente el “Compa” hacía viajes, los fines de semana, a sus paisanos al terruño. Cuando había espacio nos invitaba a ir con él. Nos apuntábamos Miguel, Juan, Saúl, Víctor y yo.
Excelente conductor, viajar con él (viajábamos de noche), era como estar dormido en tu cama.
En uno de esos viajes conocimos a un grupo de muchachas. Una de ellas nos invitó a comer a su casa. Sirvieron mole negro, mezcal con sal de gusano y de botana, chapulines asados. Fue la primera y única vez que los comí. Al despedirnos quedamos de pasar por ellas en la noche para ir a bailar a la discoteca del Hotel Victoria.
Al escoger pareja y como siempre, Miguel (güero de ojo verde) se quedó con la más guapa. A mi tocó “Benito Bodoque”, como bautizaron a mi pareja. Era una chica bajita, simpática y de gran sensibilidad.
En otra ocasión llegamos en pleno festejo de la Virgen de la Asunción. Mientras comíamos una nieve en la plaza principal, nos toco ver el desfile y algunos coloridos bailables. De pronto, cayó sobre algunos de nosotros una red. Asustado, me zafé como pude y corrí a reunirme con los demás.
Por la noche contamos la anécdota a nuestros anfitriones.
-¡Que suertudos!- dijo uno de ellos.
-¿Por qué?- pregunté.
-Es tradición que el padre de una chica casadera, arroje la red al muchacho que le guste para su hija, y significa que podrá ser su pareja en la fiesta de ésta noche. Dependiendo de lo que suceda en el baile, puede surgir un compromiso.

La respuesta me dejó asombrado y me arrepentí de haber escapado de la red. Quizá hoy viviría en Oaxaca…

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