Odiaba su
nombre, así que cuando le preguntaban cómo se llamaba, lo recitaba completo, como
en la escuela: Avelino González Antonio. Todos pensábamos que se llamaba
Antonio. Toño, le
decíamos.
decíamos.

Excelente
conductor, viajar con él (viajábamos de noche), era como estar dormido en tu
cama.
En uno de
esos viajes conocimos a un grupo de muchachas. Una de ellas nos invitó a comer
a su casa. Sirvieron mole negro, mezcal con sal de gusano y de botana, chapulines asados. Fue la primera
y única vez que los comí. Al despedirnos quedamos de pasar por ellas en la
noche para ir a bailar a la discoteca del Hotel Victoria.
Al escoger pareja
y como siempre, Miguel (güero de ojo verde) se quedó con la más guapa. A mi tocó
“Benito Bodoque”, como bautizaron a mi pareja. Era una chica bajita, simpática
y de gran sensibilidad.

Por la noche
contamos la anécdota a nuestros anfitriones.
-¡Que
suertudos!- dijo uno de ellos.
-¿Por
qué?- pregunté.
-Es
tradición que el padre de una chica casadera, arroje la red al muchacho que le guste
para su hija, y significa que podrá ser su pareja en la fiesta de ésta noche.
Dependiendo de lo que suceda en el baile, puede surgir un compromiso.
La respuesta
me dejó asombrado y me arrepentí de haber escapado de la red. Quizá hoy viviría
en Oaxaca…
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