
Por eso sus relaciones eran con mujeres
mayores.
Por eso eran efímeras.
Por eso llegó Estela a su vida.
Con ella llegó también una de las
lecciones más grandes que un hombre puede recibir sobre las mujeres.
Diez años mayor que él, fue ella quien
puso las reglas.
-No
quiero una relación romántica- le dijo. -será solo sexo. Nada de invitaciones a
comer, al cine, a comer, o a pasear.
Él se instaló cómodamente en esas
condiciones.
La relación funcionó algunos meses.
Estela lo visitaba en su casa, o él pasaba por ella a su oficina e iban a un
discreto motel en Azcapotzalco. Con el tiempo, él comenzó a aburrirse de la
rutina encontrase-coger-despedirse, y empezó a verla con el fastidio de quien
trabaja en un empleo que odia.
Además Estela comenzó a hacer peticiones
que contravenían sus propias reglas: ‘caminemos un poco’ ‘acompáñame a hacer
una compras’ ‘llévame a mi casa’. Así que no pudo evitar ver señales de alerta cuando
un día en que la llevó a su casa, le pidió que pasara, le presentó a su madre y
a su hija, con quienes vivía, y lo invitó a sentarse a la mesa para cenar.

- - Si en estos
momentos aceptara ir contigo, solo sería para llenar tu ego.
Él estalló en sonora carcajada y
respondió:
- - Corazón, el único
ego que yo tengo es intelectual, y para que lo llenes está cabrón.
Una bofetada, una mentada de madre y un
café tibio en el rostro, fueron la despedida de Estela.
Se quedó pensando, ante las miradas indiscretas
de los ocupantes de otras mesas, que Estela lo había aceptado en su vida por la
hormona, y pretendió escalar la relación a partir de allí, desde lo más
elemental e instintivo. Él creía que era al revés.
Lección aprendida…
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