miércoles, 5 de abril de 2017

El hombre

Escuchó en la radio la noticia del bombardeo con armas químicas a la ciudad Siria de Jan Sheijun, en el que hubo al menos 58 muertos y unos 170 heridos (entre ellos varios niños), y no pudo evitar pensar, una vez más, en la salvaje indiferencia del ser humano. Para él, el hombre es la más primitiva de todas las especies que habitan la tierra. Un depredador, lo mismo con sus semejantes que con otros seres vivos, ya fueran plantas o animales. Alguna vez leyó que era Satanás quien en realidad gobernaba la tierra. Era cierto. Reinaba sobre, con y para su creación, el hombre. De que otra forma podría explicarse el establecimiento y preservación de sistemas que permitían al hombre cometer toda clase de atrocidades: explotación sexual y laboral de mujeres y niños, asesinatos en masa de hombres, mujeres y jóvenes, ya sea por estar en contra del sistema o para infundir miedo a la sociedad. La creación artificial de conflictos que derivaban en guerras dirigidas por gobernantes, empresarios y altos mandos militares desde sus escritorios. La tortura y el asesinato de animales, disfrazados de arte y entretenimiento. La explotación de los recursos naturales para acrecentar poder y riqueza en detrimento de otras especies, llevando a algunas de ellas, incluso, hasta la extinción. La mayor parte de estos crímenes quedaban sin castigo, perdidos en un laberinto de complicidades.
Para él quedaba claro que Dios no tenía injerencia alguna sobre el ser humano. Que las únicas creaciones de Dios eran las plantas y los animales, a quienes había dotado de los instintos necesarios (que por lo visto, eran más confiables que el libre albedrío) para sobrevivir, alimentarse y procrear. No necesitaban más. No mataban a otras especies por placer, sino para defenderse y alimentarse.
A diferencia de los animales, al hombre le había sido otorgado el libre albedrío, pero este era arrastrado por debajo de sus instintos provocando una perversión medida, calculada, enfocada.

Y el hombre se regodeaba en ella…

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