miércoles, 12 de abril de 2017

Angelina

 La conoció en la universidad. Él, cuarentón. Ella, en la frontera de los treinta. Sebastián la miró de lejos, y Angelina, amable como era, se acercó a saludar al grupo en el que él se encontraba. Un oleaje de infinita ternura explotó en el interior de Sebastian cuando sintió, casi al mismo tiempo, su mirada, su mano al saludarlo y sus labios en la mejilla, muy cerca su boca. A partir de ese momento, Sebastián supo que la amaría a hasta su último aliento. Supo también que, al menos en lo inmediato, no tendría nada con ella. Sebastián se dio cuenta al poco tiempo de tratarla, que Angelina estaba en busca del desmadre perdido. Daba la impresión que estaba también en busca de la pasion fácil. Esa que entra por los ojos y quema la piel. Sebastián pensó que él sólo podía ofrecerle la que se construye desde el amor, poco a poco. A partir de ese día, para Sebastián, todo cobró sentido. La risa, las canciones, la poesía, la que leía y la que escribía. Antes de ella, acostumbrado a la soledad, su poesía era sombría, inquietante, existencialista, demoledora. Una vez, con el ánimo de ofenderlo, alguien le dijo que era un remedo de Edgar Alan Poe. Sebastián se lo tomó con humor. Angelina hizo que floreciera una vena amorosa, romántica y diría que cursi, hasta entonces ajena a él.
Al terminar la universidad, dejó de verla, pero su recuerdo estuvo siempre presente. Algunas veces la buscó. La invitaba a salir, pero ella, que manejaba con maestría el arte de vender espectativas, solo daba largas y nunca se concretaba nada. Nunca entendió porque la quería como la quería. No era algo fisico. Sentía con ella una conexión profunda, casi espiritual. Un amor más allá del deseo y del sentido de posesión. Después de muchos años aún no entendía por que al verla, al abrazarla o pensarla, no se inquietaba, no sentía turbación o excitación. Sólo pensaba, desde una calma y tranquilidad casi exquisitas, en procurarla, cuidarla, protegerla.
5 años despues, una situación casi cómica hizo que entraran en contacto y Angelina, para sorpresa y felicidad de Sebastián, aceptó comer con él. En los meses siguientes salieron varias veces. Él no cabía de felicidad. Volvió a pensar en que la quería. Y que la principal razon por la que la quería era porque sabía lo que significaría la vida a su lado. Sebastian, alejado desde niño en todos los sentidos de su familia, se reconocía fuerte y determinado, pero sabía que, con Angelina a su lado, sería invencible y poderoso. En los siguientes meses se siguieron viendo, aunque las entrevistas fueron cada vez más esporádicas. Durante ese tiempo Sebastián intentó que Angelina fuera parte de su vida, de la forma que fuera. La necesitaba. Se hizo consciente de que era adicto a ella. A sus abrazos, a su risa, a su sonrisa, a sus ojos, a su mirada, a su andar. Angelina significaba el fin de su búsqueda, la culminación de su espera. Era el fin de todo. El principio de todo.
Sin embargo, Angelina desapareció. Alguna vez leyó que el sentimiento contrario al amor no es el odio, sino la indiferencia, y muy a su pesar, reconoció que eso era lo único que inspiraba en ella. Entonces entendió que ella nunca lo querría, que nunca se casaría con ella, que nunca tendrían hijos juntos. En un arranque egoísta, desesperado, se hizo conciente de que quizás lo único que le quedaba era lograr no perder a la persona en la que se convertía cuando estaba cerca de Angelina. Buscaría mantenerla a su lado. Aunque fuera como amigos.
No obstante, sabía que no volvería a verla...

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